Había
llegado el momento que tanto ansiaba. Lo único que había conocido
era la oscuridad. Hasta el día en el que un punto apareció en el
horizonte de mi visión, un punto que creció, rompiendo aquella
negrura, revelándome mi hogar sin el velo de la oscuridad,
creando... luz,
sí, era un buen nombre.
Quise alcanzarla, y el punto se reveló como una grieta, un umbral a
un nuevo mundo. Decidido, lo crucé.
Y
caí. Durante unos segundos que parecieron eternos, me precipité al
vacío, hasta detener mi caída con un golpe seco, que produjo un
sonido estruendoso.
Pese
a aquello, me encontraba perfectamente, únicamente algo cansado
después de tanto esfuerzo, así que decidí relajarme, adoptando una
postura circular, y empaparme del paisaje. Todo era muy diferente de
mi anterior hogar: allá donde antes había superficies que limitaban
el espacio, ahora tan sólo había un entorno que parecía abrirse al
infinito, bañado en toda su extensión por la luz, que procedía de
un círculo en mitad de una cúpula de un color tranquilizador...
que, curiosamente, era idéntico al mío.
Además,
creaba un juego de intensidades al filtrarse entre la cobertura que
coronaba unos elementos rectos, de los que nacían vástagos que se
retorcían en formas variadas, y que se erguían orgullosos buscando
aquella cúpula.
Pero
me di cuenta de que no podía relajarme eternamente, pues aún
quedaba mucho mundo por recorrer, y me decidí a moverme, abriendo un
camino recto apoyándome a derecha e izquierda en el lecho de la
tierra, allá donde aquellos elementos nacían, y siendo recibido de
buen grado, como si el propio terreno supiera de antemano que yo
debía seguir esa ruta.
El
camino fue plácido al principio, con pequeñas curvas que me
permitían admirar el paisaje a medida que avanzaba, hasta que, al
poco tiempo, el terreno que me sustentaba comenzó a descender
bruscamente, obligándome a acelerar el paso, encadenando pequeñas
caídas, saltos por encima de obstáculos en mi camino, y curvas a
gran velocidad mientras continuaba mi trayectoria descendente.
Acabé
llegando, tras un recodo en el camino, a una zona en la que se
encontraban una multitud de criaturas que no había visto nunca,
subidas encima de unas estructuras igualmente desconocidas.
Acercándome un poco más pude averiguar que aquellas criaturas se
llamaban seres humanos,
las estructuras se llamaban piraguas...
y yo mismo tenía nombre: río.
Aquellos
seres humanos estaban listos para iniciar lo que llamaban
competición,
en la que con unos instrumentos llamados remos
debían llegar antes que nadie al final del recorrido del río... o
sea, de mí.
No
entendía nada, pero en cuanto llegué a la altura de los humanos más
cercanos, éstos me impulsaron con aquellos remos hacia atrás,
frenando mi trayectoria. Tozudo, volví hacia ellos con toda mi
fuerza, a lo que ellos respondieron realizando el mismo movimiento
otra vez. Pude darme cuenta de que, si utilizaban el remo de una
determinada manera, avanzaban más deprisa, sin frenarme tanto, así
que tomé la determinación de ayudarles a ganar la competición, ya
que, a fin de cuentas, si ellos lograban su objetivo, yo podría
retomar antes mi marcha.
Lo
que no podía imaginar era que sería una experiencia tan
emocionante. Nos entregamos por completo a la velocidad, negociamos
curvas imposibles, esquivamos obstáculos (aquellos elementos que se
erguían eran árboles
y esos obstáculos a evitar eran rocas),
caímos al vacío (saltos)...
y finalmente vislumbramos lo que ellos llamaban meta,
donde esperaba una multitud de personas con una expresión de
felicidad y admiración en sus rostros, pasando por estructuras que
atravesaban mi camino por encima de mí sin rozarme siquiera
(puentes).
El
último tramo antes de cruzar la meta lo recorrí limitado a
izquierda y derecha por unas superficies (canal),
con ritmo más relajado al no haber ningún otra piragua que nos
pudiera alcanzar, lo que me permitió observar que, en las zonas más
cercanas a mi camino, había una ruta que discurría paralela, en la
que convivían humanos a pie y otros subidos en lo que llamaban
bicicletas.
Había también multitud de árboles, que junto a diferentes áreas
donde personas más pequeñas – niños
– se divertían y reían, creaban un espacio lleno de belleza y
calma.
Así,
mientras cruzábamos la meta, donde todas las personas esperaban
felices y emocionadas, escuché a mis compañeros de viaje.
– ¿Lo ves, hijo? A esto me refería, a divertirnos y disfrutar de la belleza de la naturaleza a la vez... y esto sólo lo conseguiremos si convivimos y respetamos el planeta. Y ahora el río termina su viaje en el mar, donde se unirá a otros, formando parte de este recurso vital para nuestra existencia. Ya sabes, el agua nos da la vida, los árboles crecen gracias a ella, y estos árboles, que son el pulmón del planeta, nos permiten disfrutar de la Tierra tal y como la conocemos.
– ¿Lo ves, hijo? A esto me refería, a divertirnos y disfrutar de la belleza de la naturaleza a la vez... y esto sólo lo conseguiremos si convivimos y respetamos el planeta. Y ahora el río termina su viaje en el mar, donde se unirá a otros, formando parte de este recurso vital para nuestra existencia. Ya sabes, el agua nos da la vida, los árboles crecen gracias a ella, y estos árboles, que son el pulmón del planeta, nos permiten disfrutar de la Tierra tal y como la conocemos.
Me
invadió entonces el miedo: ¿terminar mi viaje, después de saber
que podía ayudar de tantas formas? Es cierto que me encontraba
cansado después de tantas emociones, pero ahora no podía
irme.
– Pero mamá – respondió su acompañante – tú siempre dices que el agua no termina nunca su viaje, ¿es que acaso el mar está quieto?
– No, hijo, claro que no – repuso la madre sonriendo – este río del que hoy disfrutamos llegará al mar, y acabará por alcanzar otro lugar de la Tierra, donde continuará su labor ayudando a muchos otros seres humanos. Quizá incluso acabe sirviendo para generar electricidad de una forma no contaminante. Pero eso es un misterio que sólo el río podrá descubrir.
– Pero mamá – respondió su acompañante – tú siempre dices que el agua no termina nunca su viaje, ¿es que acaso el mar está quieto?
– No, hijo, claro que no – repuso la madre sonriendo – este río del que hoy disfrutamos llegará al mar, y acabará por alcanzar otro lugar de la Tierra, donde continuará su labor ayudando a muchos otros seres humanos. Quizá incluso acabe sirviendo para generar electricidad de una forma no contaminante. Pero eso es un misterio que sólo el río podrá descubrir.
Y,
perdido en mis pensamientos tras las palabras de aquella persona, me
alejé de ellos sin darme cuenta. Finalmente, vi que mi camino se
abría al infinito, hacia una gran masa de aquel color – azul
– que me esperaba, el mar.
Antes
había tenido miedo, pero ya no. Ahora estaba impaciente por ver lo
que me deparaba el futuro, y me dirigí con decisión hacia mi
destino, que no sería sino una etapa de transición hacia mi
siguiente viaje.
#viajessostenibles
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